¿Nacemos con una esencia o la adquirimos con los años?

Existen distintas posiciones según las escuelas de Eneagrama.
Más que proponer certezas, en este artículo expresamos nuestra hipótesis, desarrollada desde experiencias propias.

A través de la autoobservación personal, la de nuestras tres hijas, familias, amigos y en las numerosas lecturas realizadas, hemos percibido que hay una impronta particular en cada persona, que se mantiene… Podemos decir que todos tenemos una “base” que es esencia pura (nuestros dones fundamentales) que permanece siempre.

Pero… ¿desde cuándo “adquirimos” un eneatipo?

Un estudio antropológico de culturas comparadas reveló que se comparte la creencia de que cuando estamos en el vientre materno sentimos predominantemente amor, protección o presencia, según cuál sea nuestra esencia.

Allí comenzamos a formar una de las nueve energías que describe el Eneagrama, al percibir el entorno de una manera particular. Esto, a su vez, hará que vivamos el nacimiento de cierta forma, influyendo profundamente en la manera en cómo nos vinculamos y cómo reaccionamos ante las situaciones de la vida.

¿Qué sucede a medida que vamos creciendo?

Según lo que interpretamos de la realidad, vamos expresando las “luces” y “sombras” de nuestro eneatipo, y así se va construyendo nuestra personalidad: tomando, además, los ocho restantes atributos.

Pero, por detrás de esa construcción de la personalidad, permanece nuestra esencia, que es nuestra “conexión con la Fuente”: nuestro refugio cuando estamos tristes, nuestra alegría cuando nos sentimos plenos, nuestra forma más pura para relacionarnos con los demás, y nuestros dones cuando buscamos ofrecer nuestro aporte al mundo.

En el artículo “La experiencia de la Esencia en la Vida Intrauterina y el Nacimiento” (7 páginas) desarrollamos todos estos temas en profundidad: